Para entender la capucha I

I

Esperábamos que todo acabara. No sabíamos si era verdaderamente fuera del local o algunas calles más arriba o más abajo, pero se escuchaba como si fuera dentro de uno mismo; como si uno fuera el que detonara las balas, como si las armas las estuviera disparando cualquiera de nosotros. Los niños goteaban de los ojos esparciendo por el lugar su llanto, junto con el de las madres. Los papás, al sentirse tradicionalmente las cabezas de las familias, apretaban los dientes para no soltar las lágrimas y el corazón.

A veces diez minutos son el infierno completito, en diez minutos da tiempo de recorrer todo el mundo con calma, despacito, distrayéndose a cada rato. Pero cuando te levantas después de diez míseros minutos de estar engarrotado en el piso pensando que una bala te entrará por cualquier lado, parece que todo fue muy rápido.

Corrimos a ver que no hubiera ningún herido dentro del lugar, después, a ver el escenario monstruoso de la calle. Más llanto, personas confundidas, sin saber si ya podían correr hacia sus casas a buscar refugio entre los colchones de sus cuartos. La nota «Enfrentamiento con Fuerzas Armadas deja 4 sicarios abatidos». La madre llorando la muerte de su hijo, repitiendo una frase simple y dura: «¡No hizo nada!» Todos se limpian las rodillas, miran con tristeza a la madre del falso sicario y se van, nos vamos sin saber qué hacer… igual que la madre.

II

Cuando supimos que habían decidido hacer los Juegos Centroamericanos y del Caribe, nos recordó el mundial en Brasil. Sin condiciones sociales ni económicas, pero la necedad de arriba. El derroche de dinero generó un efecto catastrófico que, incluso, verá su mayor expresión después de los juegos; dijo el señor. Ya ni la chingan, contestó el taxista.

La cosa es muy simple, continuó el primero, al no tener dinero el gobierno del estado para hacer las remodelaciones, construcciones y demás, el gobierno federal también aporta. El primer gobierno destina eso a tres cosas: 60% se lo roban, 20% lo distribuyen en todas las deudas que ya tenían, y por último, 20% a las obras de los JCC. El dinero del estado para los juegos, se distributye de la misma manera. Por lo que nada destinado a los juegos va en concreto para ello. Igual sucede con lo demás, nada para los pagos a maestros, a pensionados, a agricultores, etc. Va cayendo más la crisis económica que ya veníamos arrastrando. Se hacen reformas, como la del IPE, que permite al gobierno del estado tener más dinero; que no se va a ningún lado y deja desprotegidos a los jubilados… entre muchas otras cosas. Pero el gobernador fácilmente se puede ir a España y tratar de resolver manifestaciones desde allá. El alcade regala tablets en primarias, destruye proyectos autónomos con la promesa de invertir en un centro cultural; a una empresa brasileña se da la concesión del agua, se privatiza, pues, como se quiere hacer con todo el territorio.

Y mientras, malhumorado el taxista, uno se tiene que joder lo que ellos no.

III

14 de septiembre 2013. En el marco de las movilizaciones magisteriales contra la reforma educativa de Peña Nieto, los profesores y estudiantes de la Universidad Veracruzana, refuerzan un plantón en la Plaza Lerdo en Xalapa, Veracruz. Un día antes, el 13, elementos de la Policía Federal habían desalojado con violencia el campamento del Zócalo en la Ciudad de México. Donde docentes y encapuchados dieron dura batalla en la que, finalmente, perdieron la plaza.

Temerosos de que algo similar sucediera en la ciudad. Las Unidad de Humanidades prepara asambleas para decidir acciones. Se concreta el refuerzo en la Plaza Lerdo, y las comunicaciones con otras tomas, como la se la Secreatría de Educación de Veracruz, escuelas y direcciones.

En la madrugada, la represión:

«Yo corrí cuando empezaron a acercarse los policías de forma muy violenta y sin dar tiempo a nada».

«Los chicos hicieron un cerco de protección y las chicas atrás intentamos hacer otro cerco para irnos replegando en grupo, pero como venían muy rápido, no nos dieron tiempo a nada, tropezamos y caímos, corrimos juntos, los maestros y estudiantes hacia el mercado Jáuregui, sobre la calle de Lucio».

«Nos agarramos de la mano, algunas maestras ya no podían correr, [pues la calle] es de subida, en ese primer momento los policías nos decían corran «o se las carga la chingada». Y entonces nos empezaron a golpear, pero fue entre Lucio y Revolución cuando los policías nos golpeaban para que nos separamos, para golpearnos individualmente».

«A mí me alcanzó una [mujer] policía, me agarró de la nuca y la mandíbula y me azotó la cabeza contra la cortina metálica de un negocio, me estrelló cuatro veces la cabeza, ahí perdí el conocimiento, después recobro conciencia y empiezo a escuchar la orden que «corriera o me iba a cargar la madre» y me empiezan a dar cachetadas.»

Ella al contar lo que vivió vuelve a sentir temor, se frota las manos y continúa «después me soltó y me dijo que corriera, me seguían persiguiendo, logro pasar por un bar que estaba abierto, les platico a los que estaban [en la puerta] me dejan entrar, les platico que la policía me correteaba, me resguardan, después de dos horas salgo de ahí, porque les aviso a mis amigos y van por mí.» (Testimonio recogido de nota de Norma Trujillo)

IV

Regina Martínez se suma a una ominosa lista de periodistas asesinados en México. Del año 2000 a la fecha, 70 periodistas han sido asesinados; 13 están desaparecidos. Las cifras son frías y no explican del todo la violencia directa de la cual es víctima la prensa mexicana. Pero estos números no tienen comparación en ningún otro país del orbe con las características de México. La prensa mexicana en muchos territorios del país está arrinconada, silenciada, con miedo y zozobra. Las líneas editoriales ya pasan por el temor a publicar. La violencia ha impuesto la censura como medida de protección para periodistas, reporteros, editores y medios de comunicación. La censura y la violencia se han convertido en un binomio pernicioso para el libre flujo de ideas, opiniones e información. Ninguna nota vale una vida, se repiten continuamente reporteros que trabajan en las zonas de mayor riesgo. Pero la violencia no ha vencido al periodismo mexicano. Hay diarios que todos los días se comprometen con la información destinada a su audiencia. Reconocen el peligro pero están decididos a no claudicar en su oficio.

Aún estaba fresca la memoria de Regina Martínez cuando, días después, los reporteros gráficos Guillermo Luna, Gabriel Huge y Esteban Rodríguez fueron asesinados y sus cuerpos encontrados con señales de tortura. Eran también veracruzanos. De esta manera, el estado de Veracruz se convirtió en el lugar más peligroso para ejercer el periodismo en México.

Los homicidios de periodistas han cimbrado la libertad de prensa en México. Las huecas condenas y declaraciones oficiales, lejos de dar certeza, abonan al escepticismo de que la situación pueda cambiar en el corto plazo. El Estado ausente, la delincuencia en su apogeo y la prensa en el fuego cruzado, en la indefensión, en el olvido.

Las letras de Regina y las fotos de Guillermo y Gabriel han dejado de circular. La información que ponían a disposición de la sociedad fue acallada de la manera más vil. Los efectos de la violencia contra la prensa ya se pueden ver, es la afectación al derecho a la información de la sociedad. El silencio impuesto por las balas le está ganando terreno a la democracia. El débil Estado de derecho coloca los cimientos para futuras agresiones. De no detener la espiral de violencia nos encaminamos a ser una sociedad desinformada y sin libertades. (Darío Ramírez Salazar, en Gatopardo).

V

“Ayúdenos a encontrar a nuestros jóvenes”, clama la madre de familia. “Acá no hay ninguna respuesta de las autoridades; los muchachos fueron a buscarlos al congreso, y no encontraron a nadie. Por eso fue su enojo”, explica, para referirse a los vidrios quebrados que resultaron por las pedradas de los estudiantes, indignados porque al finalizar su marcha de ayer encontraron la sede legislativa vacía y nadie los quiso atender.

El integrante del CCTI no duda: se trata de un caso de desaparición forzada, pues hay testigos de que, al menos en el primer ataque, policías municipales se llevaron a un número indeterminado de estudiantes (entre 15 y 25) en patrullas. Después de eso, todas las autoridades (municipal, ministerial, ejército) con presencia en Iguala niegan saber su paradero o haberlos visto, a pesar de que durante horas, las redes sociales reportaron los tiroteos. El también médico reconoce que no conoce un caso igual, por sus dimensiones.

“Esto no se le desea a ningún padre”, señala la madre de familia, que estuvo un día entero sin tener noticias de su hijo, hasta que los normalistas pudieron regresar de Iguala. “Todos son nuestro hijos, y queremos que nos los devuelvan ya, que nos digan dónde están. Como estén, pero los queremos ya”, reclama. Como cereza del pastel, el gobernador Ángel Aguirre suspendió ayer el financiamiento a la Normal, por lo que los estudiantes ya no tienen alimentos, informa la mujer, que se prepara para llevar “aunque sea unos huevitos” a los muchachos.

El trato que la policía municipal le dispensó a los jóvenes normalistas –la mayoría, hijos de campesinos pobres- es de integrantes de un  cártel rival, expuso el analista Luis Hernández Navarro en La Jornada. Y es arriesgado atar cabos para ver quién es el responsable y quién en la región tiene poder para ordenar una matanza de este nivel, “con tanta saña”, y mantener desaparecidos a los muchachos en una ciudad que es totalmente plana, reconoce Raymundo Díaz, defensor de derechos humanos. Sin embargo, da elementos: señala que es un punto caliente de tráfico de drogas, con presencia de al menos nueve cárteles, lleno de fosas clandestinas y, además, puerta de acceso a la codiciada Tierra Caliente. Pudo ser un mensaje a las organizaciones sociales, aventura: “esto les va a pasar si se meten a nuestro territorio”.  Raymundo Díaz apunta un elemento: no se puede hablar de delincuencia organizada sin incluir la protección de autoridades.

La madre de familia agrega un elemento: ayer, cuando los muchachos quisieron ingresar a Iguala, no pudieron pues el camino fue bloqueado por camiones atravesados. Como en los bloqueos hechos por los cárteles en el norte de México. “Si el gobierno dice que los está buscando, ¿por qué permite que pase esto?”, reclama.

“Todo esto puede ser también parte de un plan del Estado, de desestabilizar para generar represión contra las luchas sociales”, arriesga Díaz Taboada. “Para mí, el responsable es el gobernador (Ángel Aguirre)”, sostiene la mujer. “Él dio órdenes de disparar a nuestro hijos. La policía municipal no se manda sola, tuvo órdenes superiores”, insiste.

Las declaraciones de los políticos, lamenta el defensor de derechos humanos, no van en el sentido de realizar una investigación a fondo, realizar un juicio a los responsables y dar con el paradero de los jóvenes víctimas de desaparición forzada, sino de evaluar repercusiones políticas: si se apoya o no al alcalde, José Luis Abarca (ampliamente señalado en la región por tener vínculos con el crimen organizado); que quién va a renunciar o si habrá espaldarazo para tal o cual funcionario.

Raymundo Díaz señala que no saben bien cómo es la búsqueda que implementaron las autoridades, pero insiste: a más de 72 horas, no hay un solo resultado todavía. Y los normalistas sobrevivientes siguen sumidos en el enojo y la tristeza, pues “imagínate lo que es ver a tus compañeros muertos y heridos, y que no haya respuesta de las autoridades; les dijeron que las ambulancias tenían orden de no salir. Ya son tres generaciones de Ayotzinapa que son violentadas”, agrega. Y finaliza: “Hay algo con lo que no nos hemos dado abasto los defensores de derechos humanos, y es hablar de las otras víctimas civiles,  asesinadas en esta noche de terror municipal y omisión estatal”, finaliza.

“Ayúdenos a encontrarlos”, repite la madre de familia. “Esto es desesperante. Ellos no son delincuentes, son jóvenes que luchan, respetuosos, y que se ganan cada pedazo de pan que se llevan a la boca. El gobierno sabe dónde están”. (Desinformémonos)

VI

Tlatlaya

«Ellos (los soldados) decían que se rindieran y los muchachos decían que les perdonaran la vida. Entonces (los soldados) dijeron ‘¿no que muy machitos, hijos de su puta madre? ¿No que muy machitos?’. Así les decían los militares cuando ellos salieron (de la bodega). Todos salieron. Se rindieron, definitivamente se rindieron. (…) Entonces les preguntaban cómo se llamaban y los herían, no los mataban. Yo decía que no lo hicieran, que no lo hicieran, y ellos decían que ‘esos perros no merecen vivir’. (…) Luego los paraban así en hilera y los mataban. (…) Estaba un lamento muy grande en la bodega, se escuchaban los quejidos”, señaló la testigo.

«La mataron ahí mismo y también al muchacho que estaba al lado de ella. A él lo pararon de este lado y lo mataron, después se pusieron los guantes y lo volvieron a acomodar como estaba. Se pusieron guantes para agarrarlo. Lo pararon y lo mataron. Con ella hicieron lo mismo. A ella no la pararon porque no podía caminar”, narró la testigo.

«La bodega donde se encontraron los cuerpos mostraba pocas evidencias de que se hubiese mantenido un tiroteo largo”, citó Esquire México a AP, cuyo reportaje también decía que en las paredes, por dentro, había cinco marcas que seguían el mismo patrón: uno o dos agujeros de bala cercanos junto a una salpicadura de sangre, “aparentando que algunos de los muertos estaban de pie contra la pared y recibieron uno o dos disparos a la altura del pecho”. (SDP noticias)

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