En su libro titulado La Anarquía funciona, Peter Gerderloos, camina solidariamente con el lector, respondiendo una por una, las más frecuentes interrogantes de las personas con respecto al anarquismo. Entre las más destacadas, se encuentra la naturaleza del ser humano y el porvenir en un mundo libertario.
Durante su desarrollo, explica mediante ejemplos cómo es que un sistema sin Estado puede funcionar. No necesariamente debe llamarse anarquista aquel individuo o colectivo involucrado en un sistema sin autoridad o sin Estado, las etiquetas salen sobrando. Un trabajo que recupera estudios antropológicos e históricos que dan fe de la libertad innata, de la solidaridad natural, el apoyo mutuo instintivo del ser humano y todo lo que le rodea. Precisamente, al mencionar una de las tantas características del anarquismo, sale a relucir una civilización nacida en el seno de lo que ahora conocemos como República Democrática del Congo: los Mbuti. Esta civilización está basada en la ausencia del poder y el ejercicio de la autoridad. «[…] los Mbuti fueron resueltamente igualitarios, y muchas de las formas en que organizan su sociedad reducen la competencia y promueven la cooperación entre los miembros» (16).
Pero una de las partes más interesantes para este artículo, es la relación comunitaria y solidaria de toda la colectividad. Para ello, enfoquémonos en el análisis y descripción que Gerderloos extrae de Colin Turnbull (antropólogo):Los Mbuti han visto tradicionalmente un conflicto o <<disturbio>> como un problema común y como una amenaza para la armonía del grupo. Si los litigantes no resuelven las cosas por su propia cuenta o con la ayuda de amigos, toda la banda celebrará un importante ritual que a menudo duraba toda la noche. Todo el mundo se reunía para discutir, y si aún así el problema no podía ser resuelto, los jóvenes, que a menudo juegan el papel de velar por la justicia dentro de su sociedad, se colaban en la noche y empezaban a arrasar el campamento, haciendo sonar un cuerno que sonaba como un elefante, símbolo de cómo el problema amenazaba la existencia de toda la banda. Para un conflicto particularmente grave que haya perturbado la armonía del grupo, los jóvenes pueden dar expresiones adicionales a su frustración chocando ellos mismos contra el campamento, comenzando incendios y derribando casas.[…]
Nada está aislado, todo puede destruir el tejido social, la identidad, la colectividad. Los jóvenes tienen un rol que en esta sociedad les ha negado: la capacidad de señalar, de velar por los demás, de ser parte de lo colectivo. Salvador Allende dijo que era una contradicción hasta biológica no ser revolucionario siendo joven, nosotros decimos no nos interesa ser revolucionarios siendo jóvenes, ni portadores de la verdad, ni superiores. Nosotros decimos déjennos luchar a su lado.
La bomba molotov, los petardos, las piedras y palos, las capuchas, son esa parte que los Mbuti señalan con bastante claridad: los problemas nos pueden llevar a la destrucción de nosotros mismos, es un llamado de atención para solucionar las cosas. La violencia como forma de enfatizar la resistencia que hay hacia el crecimiento de conflictos, es y será siempre un personaje principal, pues la violencia se manifiesta a través de vidrios rotos, pero también de propuestas que fracturan también un paradigma anclado a la humillación, a la explotación y la opresión.
La violencia física, que es una respuesta a una violencia constante, cotidiana y diversa, es ejercida por la población enojada, furiosa y puede ser organizada o no, pero lo que es cierto, es que se trata de un proceso ritual. Los dos lados se buscan, se persiguen, es un baile doble de serpiente, hasta que una lanza la mordida sobre la otra y ésta, contraataca.
La otra violencia es la que se proyecta a través de la creación cotidiana de un paradigma distinto al acostumbrado, uno de horizontalidad, de ausencia de jerarquías, jefes, autoridad, de ejercicio de poder; etc.
Algo habría que aprender de los Mbuti, durante sus procesos de solución de conflictos, mientras los jóvenes azotan la aldea, los adultos cantan para restaurar la armonía que ha sido arrebatada por los problemas; nosotros, mientras los jóvenes evidencian la realidad de no aislamiento de los conflictos, otros jóvenes, o adultos o quien quiera que sea, les gritan vándalos. Pero habrá que admitir que cada vez son menos quienes hacen suyos esos gritos, y más quienes protegen y entienden esa actividad Mbuti que los jovenes encapuchados replican sin saberlo a ciencia cierta.