Desde que los bloques negros han cobrado fuerza mediática, diferentes organizaciones sociales han aprendido a convivir con los encapuchados durante las movilizaciones, así como también han ejercido la crítica en plenarias y asambleas locales. Expresando que no es así como los jóvenes deben actuar, o pidiendo que se aplace lo más que se pueda este tipo de acciones; otros, al contrario, han decidido sumarse a la acción directa del bloque negro.
Cuando se cuestiona si son o no estudiantes quienes participan de la capucha en la movilización, resulta ridículo creer que la situación amerita una respuesta de oposición dicotómica, igual que la pregunta: Sí/no. Pero esto lleva en sí mismo, una caracterización del individuo encapuchado según sea la respuesta: Sí, es estudiante. Pero resulta que es un estudiante ignorante, que no sabe nada del mundo, es resentido y debemos guiarlo al buen camino de la protesta civilizada, ciudadana y pacífica; no, no es estudiante, es un porro del gobierno para desacreditar el movimiento. Lo criticable de esta postura, para comenzar, es la criminalización de la capucha, que de ello ya hemos hablado en este y otros espacios, y seguiremos haciéndolo, pero, en este artículo no ahondaremos tanto al respecto. Lo que nos parece crítico, más que criticable, es el elitismo en el que comienza a caer el movimiento estudiantil.
Si bien, algunos movimientos habían permanecido herméticos desde su nacimiento, hablando de la incorporación de las masas a sus filas, pero en su práctica negando todo acceso a la militancia, la mayoría de los movimientos estudiantiles había abogado por una lucha conjunta (que no unificada en sus formas y sus modos), del estudiantado y la población civil. Hacia la lucha popular (que no del poder popular), era la consigna de los movimientos estudiantiles, anteriormente. Ahora, parece más una secta o un club de video donde es más importante portar la credencial que acredita al sujeto como estudiante, que las opiniones y propuestas del mismo. El punto de suma importancia de aquellos que requieren siempre la credencial, es el tema de los infiltrados a las asambleas y las manifestaciones. Pareciera que se olvidó, o nunca se supo, que también ha habido infiltrados que son estudiantes, por lo que la credencial no es garantía de nada. Así como para el marxismo todo obrero es bueno, para aquellos defensores de la credencial estudiantil, todo estudiante lo es. A menos que porte la capucha, entonces ha de ser vago, drogadicto y sin estudios de verdad. Por lo anterior, la seguridad sigue siendo frágil, aún exigiendo la credencial de estudiante de toda la comunidad universitaria y preparatoriana del mundo. Por muy buenas intenciones que tenga esta propuesta, carece de fundamentos reales. Incluso, se pone en peligro a encapuchados y población, cuando, en la manifestación exhiben sus credenciales a la voz de «nosotros sí somos estudiantes», pues al Estado, se generaría un costo político si agrediera a estudiantes identificados en plena movilización, pero no sería tan grande ese costo, si ataca a población no identificada como parte de una comunidad estudiantil pacífica, civilizada y tal. Se desconoce a toda la población que, con capucha o sin ella, ha decidido sumarse a la movilización popular, diciendo, con esto, que la población estudiantil es la vanguardia revolucionaria y que los demás, sólo siguen la voz y clamor universitarios.
Las últimas convocatorias en las que se lee la petición de llevar credenciales a la mano, parecen ser, más que risible, tristes y elitistas, pues el llamado a la población en general, es un llamado mesiánico, hipócrita y hasta estéril. No hay nada más desalentador que saber que no se podrá opinar por falta de credenciales.
«Yo fui uno de los infiltrados», se leía en una red social, un sujeto que aseguraba que en las marchas había muchos infiltrados, y que él era uno de ellos, haciendo referencia a que la población en general no tiene nada que le acredite como estudiantes, que son población, y son infiltrados en manifestaciones que han sido manipuladas inconscientemente y por el miedo absurdo, por gran parte de la comunidad universitaria. Esa comunidad que en sus gritos habla en nombre del pueblo, pero exige sus credenciales para participar de.
Insistimos que en gran medida se usa esta herramienta de revisión de credenciales por seguridad, para evitar infiltrados. Hemos dicho ya que estudiantes también pueden serlo, pero, hablando de los encapuchados, también son estudiantes. Cuando se exige a los encapuchados muestren su credencial para, según algunos, «tratar de evidenciar que no son universitarios» y por ello son malos, se ignora que hay población no estudiante en esos bloques, que es gente cansada de todo lo que sucede y se organiza, decide, a parte de la organización cotidiana, ir a la manifestación y hacer una pinta o romper un vidrio de una institución o trasnacional: pedir la credencial a un encapuchado es, en sí mismo, absurdo, tanto por la contradicción que genera una capucha e identificarse encapuchado; como porque supone que quien no sea estudiante en la movilización, si no acude al llamado civilizado de la vanguardia universitaria, merece el repudio de la comunidad bien con sus credenciales reselladas.
Esto sugiere replantear el panorama de las luchas, de la organización. ¿Hacia dónde se busca ir? ¿De qué manera? ¿Con quién?