¡Todos a la violencia!

Entre muchas otras palabras que han resonado durante estos últimos tiempos, se encuentra una verdaderamente menospreciada, vapuleada y convertida en un tabú dentro de los procesos estudiantiles y sociales: violencia. En contraposición, se recurre a defender con exacerbado entusiasmo la idea de la lucha en paz, para mantener la paz.

Cuando decimos en la manifestación y en nuestros discursos que Ayotzinapa no es un caso aislado, sino que es la gota que derramó el vaso, que es una consecuencia más del régimen autoritario y decadente en el que estamos viviendo, nos encontramos ante una contradicción cuando negamos la violencia. Es decir, la violencia debe ejercerse desde la mínima expresión. Seguramente después de esta afirmación, el pequeño grupo de lectores de este artículo se dividió en tres: aquel que al ver la defensa de la violencia se fue refunfuñando, persignándose y escribiendo algún estado de molestia; el que decide quedarse para encontrar algo interesante y poder hacer una crítica y una reflexión; y el que lo leerá todo y de todas formas no habrá entendido nuestra defensa de la violencia.

En fin, decimos, pues, que la violencia debe ser ejercida debido a que nos encontramos en un sistema que no se limita, en su podridez, a la presidencia, sino que en todas sus estructuras se encuentra marchita y a nosotros, como población, no nos sirve. Es decir, quien esté arriba, quien ejerza la autoridad no es el problema, sino que se siga ejerciendo es el síntoma principal de esta enfermedad que nos tiene en movilización. ¿Y tenemos que romper vidrios por ello? No, las pedradas no son la única forma de violencia posible (y que, particularmente, no condenamos), sino que violentar las estructuras y paradigmas va más allá.

Cuando los manifestantes bien portados proponen no insultar durante la movilización, se mantiene la paz, pues se nos ha enseñado que quien insulta está cerca de la animalidad y es maleducado, por lo que no se debe tomar en serio. La realidad es que el lenguaje es una de tantas formas en las que podemos expresarnos, y si por recato o educación nos reprimimos, no vale la pena luchar contra la represión externa. El primer enemigo a vencer es el fascista que el sistema ha engendrado dentro de nosotros, con sus métodos de alienación y control.

En el momento en el que las personas de la manifestación, con conciencia ciudadana, deciden que la toma de un centro comercial es atentar contra la misma ciudadanía, están en lo correcto. Porque nosotros no reconocemos el concepto de ciudadano, porque ello legitima su ley, sus reglas, su patria y sus delimitaciones geográficas y conceptuales. Violentamos el flujo de dinero, sus necesidades de comprar compulsivamente porque nos han dicho que hay que tener lo mejor y más moderno, su sociedad de consumo, pues. Violentamos las empresas que se han inmiscuido en este juego sucio de la clase política quitándoles tiempos de ventas. Violentamos su concepto de necesidad básica.

Cuando se acusa de violentos a quienes deciden marcar la fachada de un edificio de gobierno con una lata de aerosol, se les olvida que ese monstruo de cemento alberga asesinos. Y sí, violentamos su concepto de paz, de tranquilidad, de orden y disciplina: violentamos la regla que dice que sólo en ciertos espacios es posible escribir para mandar un mensaje; ejercemos la violencia porque les afeamos sus muros, les violentamos su concepto de estética, de belleza y formalidad.

Cada pregunta crítica es un acto violento porque hunde el dedo en la problemática o en la respuesta necesaria; cada paro es un hecho de violencia porque se quiebra la paz y el orden establecido para la coordinación y organización; cada asamblea es un hecho violento porque se hace presente la acción directa, en la que quienes deciden son quienes necesitan la decisión, y no quienes necesitan el dinero por tomar una decisión que no les afecta, por no delegar; cada poema escrito es violencia, pues juega con las palabras y sus sentidos para crear; cada conocimiento nuevo es violento, porque nos desplaza o completa el previo, porque rasga la paz de nuestro cerebro.

La violencia es necesaria, porque pedir que se mantenga la paz en el sistema actual, es pedir que no pase nada. Exigir, aunque sea una exigencia enérgica, que se nos dé paz, en lugar de violentar sus conceptos y sus paradigmas, en este sistema, es exigir que no se cambie nada, sino que modifiquen su forma de obligarnos a volvernos sumisos. Violentemos, violentemos todos, que nuestras armas sean las más violentas del mundo, que nuestra meta sea acabar con la paz que ellos tienen como bandera y bala.

2 comentarios en “¡Todos a la violencia!

  1. Independientemente de que rayen o rompan cosas o no lo importante de las protestas y manifestaciones es que crean un espacio de organización; el problema de la violencia no son los vidrios rotos o los graffitis sino que desvía la atención hacia sí misma en vez de dirigirla hacia aquello por lo que están protestando; por otra parte es como Picasso le dijo a un soldado que el Guernica lo habían hecho ellos y no él, igualmente la disimulada violencia inherente al sistema orilló a ejercer esta violencia mucho más visible pero ni de lejos tan dañina.

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