El discurso del líder: fabricar personajes para destruir movimientos

Los diferentes procesos sociales que han surgido en los últimos tiempos, han declarado a diestra y siniestra una condición de la cual, gran parte de la población no enterada de estos procesos, no está acostumbrada a oír. El concepto de horizontalidad se maneja de manera tan cotidiana en la construcción de los diferentes proyectos y luchas a lo largo y ancho del territorio ocupado por el Estado mexicano, que parece raro que haya quien niegue comprender lo que esto significa.

Para gran parte, todavía, de la población, que no está, ni por asomo, interesada en lo que sucede en todo el mundo, les cuesta trabajo creer que la gente puede organizarse sin depender de una jerarquía vertical: sin líderes, sin jefes, sin acatar órdenes de un supremo. 

El Estado, con su gran aparato mediático y controlador, nos ha dicho que siempre debe haber un culpable en específico, que intente desestabilizar todo. Por ello, atacándolo a él, todo aquello malo, se irá y la bondad de la democracia y la sabiduría de la autoridad, nos salvarán. Por ello, buscará señalar a las cabezas más visibles de un montón de gente organizada de manera horizontal, para así a él ponerle todos los delitos cometidos por todos «sus compinches». Esta suerte de lógica retorcida, podría provenir de aquellos cantos épicos donde los buenos y los malos son personajes bien ubicados, específicos y con características únicas. El bueno, con toda la ayuda de Dios en su mente y su espada, buscará destruir el mal. En algunos casos, eran los buenos cristianos atacando reinos moros. Pero, habría que rendirse en nombre de alguien, pues la pura rendición impersonal no suena bien para el vencedor cristiano, por lo que mentar al rey moro, siempre era buena excusa para dar el golpe. Cayendo él, caen los demás. También, incluso, los malos se presentan por capítulos, por cantos. El Cid hace caer reinos para obsequiárselos al rey que lo hizo exiliarse; pero también, tiene por enemigos a los infantes de Carrión.

El bueno es bueno y punto, cuidará de los otros que no saben lo que sucede en esta vida, no tienen voluntad ni visión, son ignorantes y sabrán qué hacer y qué decir de acuerdo a lo que el héroe diga y haga. El malo tiene a su servicio un grupo de gente menos mala que él, pero mala al fin, ruines con voluntad propia (que, eso sí, más voluntad que la población que alaba al héroe, pero limitada por las órdenes del jefe malo) que buscan saciar todas sus necesidades fisiológicas como sea posible. Matando o neutralizando al líder, todo vuelve a ser normal, feliz y bueno. Es una estructura narrativa que las caricaturas y películas han explotado para llegar al éxito. Pero a veces nos olvidamos de esas otras historias, donde un pueblo entero decide, por asamblea, matar al otro líder, al que quiso señalarlos, reprimirlos y acabarlos, «por malos». Nos olvidamos de esas otras historias que ahora suscribirían su #YaMeCansé, como «La muerte tiene permiso» de Edmundo Valadés, o Fuenteovejuna de Lope de Vega; donde sin líderes ni jefes, llevan a cabo justicia por su propia mano. Los anarquistas, llamarían a eso una acción directa. Desde el siglo xvii, Lope de Vega nos muestra un proceso horizontal que Edmundo Valadés en siglo xx enfatizaría. La horizontalidad y la acción directa la mostró en tres actos, como Miguel de Cervantes lo hizo en dos partes que compusieron el Quijote, y otras obras más. Cuando don Quijote se enfrenta a los carceleros que llevan presos hacia el rey, el loco Quijano les dice que nadie debe llevar a nadie contra su voluntad a ninguna parte, que el hombre es libre y libre debe ser (como después lo volvería a decir a Sancho, que el hombre no nació para estar encerrado en calabozos, sino para disfrutar de su libertad), por lo que se enfrenta con «los guardianes del orden» y libera a los presos. El Estado mexicano, en cualquier de sus niveles, diría que don Quijote fue un peligroso líder anarquista; sin embargo, no fue un líder, no fue héroe, fue claro con sus conviccioes. Aunque el loco de los molinos sí fue perseguido por los de las varas, la justicia (recordemos cómo le muestran su retrato, en la venta). Y así, muchas otras historias demuestran que la dicotomía líderbueno/lídermalo, existe incluso en la literatura antigua; pero también aquella otra en la que se asegura que el líder puede no existir para que un proceso triunfe. Asimismo la historia de los pueblos originarios, aquellos que existieron desde antes del Estado mexicano, nos muestran con sus actuales formas de vivir, que es posible el día a día sin líderes ni jefes, y sí con procesos horizontales.

Ahora, los periódicos señalan personas y dan sus nombres, para tildarlos de líderes y que todos odiemos a esa persona, y por ende, al movimiento que dicen los medios que representa. Así, al hacernos creer que cayendo él, caerán los demás, violentarán de todas las formas posibles, sus libertades. Cuando él caiga, buscarán a quien más ponerle el título de líder, pues el grupo criminal ha dejado semillas y tiene una estructura compleja: harán el símil con la delincuencia organizada, con el narcotráfico. Aún sabiendo que ese montón de gente organizada de manera conjunta y horizontal, no va a claudicar, no se va a callar por miedo, ni se va a dejar callar con golpes, ni va a apagar la luz que encienden al gritar  con su garganta la realización de ese proyecto que, de manera implícita está en todos esos proceso, es el mundo nuevo, que llevamos todos en nuestros corazones.

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