Aquellos, los proletarios

La construcción de una lucha en la que el ejercicio del poder se mantiene, y en el que el principio de autoridad parece quedar intacto en el triunfo, parece más que una preocupación como tal, una mofa a un ideal de libertad.

Los procesos ciudadanistas que, lejos de buscar generar algún cambio, persiguen acreditarse como precursores de las mejoras sociales enmarcadas en una ley, apegadas a estatutos y normas, abastecen de armas al monstruo rojo que mantiene un discurso revolucionario antiquísmo y aburrido.

Por antiquísimo nos referimos a bofo, obsoleto y absurdo, y por aburrido a… básicamente lo mismo, pero con una carcajada agregada.

La revolución aparece en el imaginario de la población, (en general, aunque no en su totalidad), como necesariamente patriótico, guevarista y asquerosamente puritano; lo anterior debido a que son los tres elementos con mejor marketing a nivel mundial. ¿Alguien se ha imaginado una revolución sin alguna camisa o bandera con el rostro del Ché Guevara?, sería un escándalo tanto para los que venden la información como para los que se encargan de pagarla, no digamos ya para aquellos que han edificado su gloria revolucionaria en una mítica Cuba velada por el romanticismo obligado, un poema falso, rebuscado y lleno de retórica barata.

Se pasean los proletarios en las asambleas populares con el grito más cachondo que emana de su garganta: «¡Todo el poder a las asambleas populares!», recordando el homólogo grito para los soviets que después fueron aplastados por tender un poquito a lo soberano o incluso a lo autónomo, según fuera el caso.

Se pasean los proletarios arrodillándose para limpiar las botas de los albañiles en los mítines, en el que les hablan de Marx, la burguesía nacional e internacional, les piden su opinión y hacen lo que dictan los organismos centrales de cada una de las corrientes.

Se pasean los proletarios agitando su bandera roja exigiendo libertad… para que ellos puedan gobernar con soberana libertad, pues.

Se alejan los proletarios de las guerrillas renegando del ajusticiamiento venenoso para poder dar la orden de callar oscuras voces que le echan a perder su trabajo y evidencian.

Se tranquiliza el ciudadanista cuando el proletario le dice «camarada», y le promete que no habrá caos después de la revolución, ni desorden ni caminará en calles de un sistema acéfalo, pues habrá una guía honesta y bondadosa, un «gobierno obrero, campesino y popular».

Celebra el ciudadanista la atención brindada por el proletario cuando éste le escucha, aunque no lo ayude, aunque le cobre como abogado.

Y al fin de la tarde, la playera del Ché Guevara cuelga del tendedero de la casa, fue lavada junto con la bandera nacional (de cualquier nación) y un libro de leyes inventadas.

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